Cuando naces hormiga, todos creen que tenes que ser muy caminadora y trabajadora. Así educaron a Margarita y es lo que escuchaba de todas sus amigas hormigas. Pero ella era muy dormilona y no le gustaba nada caminar en fila trayendo y llevando cosas. Prefería tirarse al sol para poder tener un lindo color dorado. Adoraba sentarse al lado del agua y perderse con su sonido y con el brillo del sol sobre las hojas y ramas del bosque.
-Trabajar, trabajar y trabajar. ¿Para qué?, pensaba ella. Ya había muchísimas trabajando y ninguna disfrutaba de la siesta.
Un día, mientras descansaba al lado del agua, su lugar favorito, vio a la distancia un grupo que hacían sonidos muy bonitos. Tenían como unos brazos de madera con cuerdas que al tocarlas producía una música muy bonita.
Ella, muy asombrada, se acercó a escuchar mejor. Pero, una lechucita empezó a gritar desesperada: chiss, chisss!!.
-Pero que pasa?¿Por qué tanto escándalo? .
Pero, su amiga asustada le advirtió que no se acercara tanto. Eran humanos y que no eran ramas sino que eran guitarras y que los humanos no son muy amigos de las hormigas o de las mosquitas o casi de ningún insecto.
Margarita no podía creer lo que le decìa. Y estaba segura que podría ser aceptada y querida por ellos. Para eso, buscó su mejor sombrero, el rojo con lunares. Se puso unos anteojos de colores, peinó su único pelo enrulado.
Todas las tardes iba cerca del agua pero verlos. Cada día se acercaba más y más.
Hasta que un día, subió tímidamente por la pierna de uno de ellos hacia la guitarra. Ya en ella, empezó a bailar, dar vueltas sobre la cabeza, sobre una pata, sobre otra y otra. Bailó tanto y tan bonito que los humanos se dieron cuenta que esa pequeña hormiguita podía formar parte de su banda.
Y así fue que Margarita, ya no se lamentaba de su suerte de hormiga, y fue una integrante más de ese grupo musical.